miércoles, 22 de abril de 2015

Nómadas del desierto

"No me digas lo viejo que eres, o lo bien educado que estás; dime cuánto has viajado y te diré cuánto sabes".

La siguiente colección de fotografías fue tomada en el Atlas marroquí, región árida en verano y cubierta por la nieve en invierno. Nada crece en ellas. Los protagonistas de las imágenes, pastores nómadas, miran las tierras yermas que los rodean, se llevan las manos a los ojos para protegerse del sol y sonríen: "Este es nuestro hogar".













© Todas las fotografías y sus derechos pertenecen a Gonzalo Araluce.

lunes, 6 de abril de 2015

Demonios en Sudán del Sur: señores de la guerra y tráfico de armas

Países como China o Sudán arman al Ejército y a los rebeldes en uno de los conflictos más duros de toda África. Los señores de la guerra, como Joseph Kony, se refugian en las zonas selváticas y causan estragos entre la población civil. Los yacimientos de petróleo, enclaves estratégicos en la contienda.

Los campamentos de los cattle keepers son nómadas. Los niños conviven a diario con las vacas, a las que protegerán con su vida. (Foto: Araluce)

“Son el demonio”, asegura Ayor Manyer, una mujer que, según apunta, tendrá unos sesenta años. En su larga vida –la esperanza media de Sudán del Sur es de 55 años–, ha recorrido buena parte del país, siempre huyendo de la guerra. Ahora vive en Nyang, en la conflictiva región de Lakes. “Los demonios –apunta Ayor, en referencia a los señores de la guerra– no tienen ningún escrúpulo. Llegan, arrasan con lo que se encuentran y nos destrozan la vida, si no nos la quitan directamente. A nosotros no nos queda más remedio que escapar”.

Ayor vive con su prima, Yer, y su sobrina, Akod. A su cargo tienen a diez niños. Cuando se les pregunta sobre cómo se ganan la vida, se encogen de hombros y tardan un rato en responder. En su haber disponen de una olla en la que cocinan la poca comida que tienen sus vecinos. Ellas, a cambio, se llevan un bocado o dos. Así sostienen la frágil existencia de los niños y la suya propia. “Nada iría tan mal si no hubiese tanta violencia”, apunta Ayor. “Antes era la guerra con Sudán –recuerda–. Pronto llegaron los demonios y ahora estamos en guerra entre nosotros mismos”. 

Ayor Manyer, de unos sesenta años, ha pasado su vida huyendo de la guerra y de los demonios –señores de la guerra–. (Foto: Araluce)


Durante siglos, antes incluso de que existieran las actuales fronteras, los sursudaneses han sufrido un conflicto permanente con sus vecinos del norte. Después de haber alcanzado la independencia en 2011, el país se sumió en una guerra de poder en la que dos generales poderosos –Salva Kiir y Riek Machar– utilizan a las tribus a las que pertenecen –dinka y nuer– para hacerse con el control del Gobierno. Sus soldados, no obstante, combaten a ráfagas: son hombres a sueldo que, cuando dejan de recibir su jornal –algo frecuente por los problemas de corrupción–, abandonan las posiciones defensivas o se dedican al pillaje. 

Aguerridos y fuertes, el Gobierno de Salva Kiir y los rebeldes de Riek Machar han encontrado en los cattle keepers unos poderosos aliados para defender sus fronteras. Los cattle keepers –cuya traducción literal significaría “ganaderos”– representan la casta más antigua y, en cierta medida, poderosa del país. En Sudán del Sur, matar a un hombre sin justificación está penado con tres meses de prisión y el pago de 31 vacas a la familia del asesinado; los matrimonios, igualmente, se conciertan con un número de vacas que depende de la posición social y de los atributos físicos de la casamentera. 

Nómadas, de más de dos metros de altura y supervivientes en las condiciones más extremas, los cattle keepers no temen a la muerte; sólo a que les roben sus vacas. “Si no lucháis, vendrán a por vuestro ganado”, invocan unos y otros, a la vez que les reparten armamento pesado. 


Los campamentos de los cattle keepers son nómadas. Los niños conviven a diario con las vacas, a las que protegerán con su vida. (Foto: Araluce)


¿De dónde procede todo ese arsenal? El Gobierno compra las armas a los principales productores mundiales: fundamentalmente a China, quien también tiene derecho a la explotación de los yacimientos de petróleo sursudaneses. Norinco, empresa fabricante de material de defensa chino y de propiedad estatal, sería uno de los principales suministradores de armas, según denuncia Amnistía Internacional.

Sin embargo, la ONU amenaza con el embargo de la venta de armas si el Ejército de Salva Kiir sigue violando algunos de los derechos fundamentales y atacando a la población civil. 

Los rebeldes, por el contrario, acuden al mercado negro: a pesar de pagar un precio más elevado, las tropas de Riek Machar no encuentran aquellas amenazas de embargo de la ONU. Investigaciones recientes de firmas como Conflict Armaments Research confirman lo que es un secreto a voces: Sudán, el tercer país africano en industria armamentística, vende parte de su producción a los rebeldes sursudaneses. De este modo, el Gobierno de Jartum contribuiría a mantener vivo el conflicto, evitando la construcción de nuevos oleoductos y, así, seguir refinando en exclusiva el petróleo de Sudán del Sur. 

Pero los rebeldes no son los únicos que recurren al mercado negro para comprar armas: este escenario de pobreza y conflicto es el propicio para el nacimiento de nuevos señores de la guerra. Con un puñado de hombres bajo su mando, estos personajes recorren las zonas más aisladas del país atemorizando a la población civil. Tratan de controlar los accesos a los yacimientos petrolíferos y saquean los campos de refugiados para llevarse la ayuda humanitaria y después revenderla.

Según investigaciones de los grupos Enough Project y The Resolve, los señores de la guerra encontrarían su refugio en la región conocida como Kafia Kingi, que une República Centroafricana, Sudán y Sudán del Sur. Joseph Kony, líder del Ejército de Resistencia del Señor –al que se le atribuye el secuestro de niños para usarlos como soldados o esclavos sexuales y que protagonizó una campaña viral lanzada en 2012 por Invisible Children–, se oculta frecuentemente en esta zona selvática de acceso imposible. 

“¿Joseph Kony? Me suena su nombre –Ayor Manyer, que en su vista cansada parece contener la historia de África, busca entre sus pensamientos para encontrar la experiencia que le une con el nombre de Kony–. Sí, cuando vivíamos en el norte escapamos una vez porque decían que venía. Resultó ser falso, pero algunos familiares se han encontrado con él y dicen que es uno de los peores demonios”.

El contexto sursudanés no podría ser más propicio para el nacimiento o fortalecimiento de estos señores de la guerra: el diez por ciento de la población (1,4 millones de personas, sobre los 11,3 totales) vive desplazada o refugiada, y la estructura de Gobierno es tan débil que, en las regiones más aisladas, la ley del más fuerte se impone a todas las demás. 

Mamer Garang, de 42 años, está dispuesto a morir para proteger sus vacas; Gobierno y rebeldes han acudido a los cattle keepers para proteger sus fronteras. (Foto: Araluce)


Y, precisamente, en muchos de esos lugares, los más fuertes son los cattle keepers, a los que el propio Gobierno y los líderes rebeldes han armado. “¿Que qué hago si vienen a por mis vacas?”, pregunta Mamer Garang, incrédulo. Desde que tiene uso de razón, su vida ha girado en torno al ganado. Siendo prácticamente un niño, su padre le cedió una de sus vacas para criarla y crecer con ella. Se alimenta casi en exclusiva de su leche y, en ocasiones extraordinarias, de su carne. Para Mamer, su rebaño, compuesto por una veintena de animales, está por encima de sus dos mujeres y de sus siete hijos. “Si alguien quiere llevárselas, o mato, o me matan, por supuesto”, responde sin pensárselo.

La lógica sobre la que se rige la vida de Mamer es la norma suprema de los cattle keepers: desde hace siglos, han protegido sus rebaños por la fuerza. Antes lo hacían con lanzas y ahora lo hacen con rifles AK-47. Aunque no es lo habitual, a menudo causan estragos cuando visitan los mercados, venden alguna cabeza de ganado y se abandonan al alcohol. La población, indefensa y frágil, queda expuesta a los caprichos de estos hombres armados, que ya han visto la muerte demasiado de cerca.

El Gobierno de Salva Kiir, en un intento de reconducir conducta de los cattle keepers, ha prohibido la venta de alcohol en el país. En los mercados, no obstante, es sencillo encontrar bebidas caseras fermentadas; mercados como el de Mapourdit, localidad en la que vive Mamer, levantada por refugiados de la guerra hace apenas diez años. 

Mercado de Mapourdit, donde los hombres armados consiguen un alcohol casero fermentado. (Foto: Araluce)


Ahora viven allí unas 10.000 personas cuya seguridad la salvaguardan unos pocos soldados y policías. En la plaza central del pueblo se encuentra la cárcel: un viejo contenedor de metal abrasado por el sol donde encierran a los presos. Los delitos habituales, cuentan los agentes, son las peleas, asesinatos y robos.

Cae la noche en Mapourdit y los cattle keepers se retiran con sus vacas y sus familias a sus campamentos nómadas. En el corazón de la ciudad se escuchan disparos: son los policías, aquellos que deben proteger a la población, los que ahora están borrachos. Celebran su estado de embriaguez descargando sus fusiles al ritmo de cualquier música. Las mujeres y los niños, acostumbrados a la violencia, se retiran en silencio a sus casas, huyendo de las balas perdidas. 


Reportaje publicado en El Confidencial.