martes, 16 de septiembre de 2014

Una infancia rota por las drogas; el día a día de la frontera de Ceuta

Un sueño desesperado y tergiversado por las mafias de la inmigración empuja a miles de jóvenes subsaharianos a jugarse el tipo para alcanzar tierra europea. “¿Europa es mejor que esto, verdad?”, preguntaba Didier, un chico de 17 años nacido en Bamako, capital de Malí, al periodista Alberto Rojas, en un reportaje publicado recientemente por El Mundo. Es probable que este joven hubiera recorrido a pie miles de kilómetros para alcanzar el monte Gurugú, en Marruecos, donde aguardaba la oportunidad para saltar la valla de Melilla, después de haber salvado una peregrinación insoportable en la que sólo sobreviven los más fuertes. Su historia, no obstante, se pierde en el océano de estadísticas que maneja el Ministerio del Interior de España sobre la entrada irregular de inmigrantes a través de Ceuta y Melilla: en 2013, 4.235 personas lograron su propósito de atravesar la frontera, ya fuera a nado, ocultos en vehículos o saltando la valla; frente a las 23.889 que fueron deportadas cumpliendo con la Ley de Extranjería vigente.

Entre esos datos emergen las imágenes de las pateras a la deriva o de las cuchillas de las vallas, realidades a las que ya se comienza a estar peligrosamente acostumbrado. Pero esos datos también reflejan un escenario infecto de drogas baratas, protagonizada por niños y jóvenes con una vida sin esperanzas.

Ocurre en la frontera ceutí. Cuando cae la luz, decenas de sombras se escurren por el extremo marroquí de la aduana. Los chicos, que en la mayoría de los casos no alcanzan la mayoría de edad, caminan pesadamente entre los vehículos en un ritual que repiten todas las noches. Su mirada está perdida y sus movimientos son pesados. En sus manos llevan una bolsa de plástico que repetidamente se llevan a la nariz. Esnifan pegamento y buscan la oportunidad para ocultarse en los bajos de un camión o autobús y, así, tratar de cruzar la frontera. La droga merma sus sentidos; su torpeza les delata. En la mayoría de las ocasiones, son los propios ocupantes de los vehículos los que se dan cuenta de la operación. “Fuera de aquí”, y los jóvenes abandonan su posición sin inmutar el gesto de sus caras. El efecto de los narcóticos les ha corrompido por dentro. Es posible que esa rutina de intentar camuflarse en un vehículo no responda más que a un acto irreflexivo, reflejo de un sueño roto por las drogas. Se llevan la bolsa llena de pegamento a la nariz y se escurren de nuevo entre las sombras.  

La siguiente serie de fotografías fue tomada en la madrugada del 6 al 7 de agosto.

Un joven trata de colarse en los bajos de un autobús que aguarda en el extremo marroquí de la frontera de Ceuta.

Sus gestos torpes le delatan: en pocos segundos, el conductor del vehículo insta al joven a que abandone el lugar.

El joven hace caso de las indicaciones y se arrastra fuera del autobús.

El joven porta en su mano izquierda una bolsa cargada de pegamento para esnifar.

Tras fallar en su intento, el joven se marcha entre las sombras.

jueves, 4 de septiembre de 2014

Sierra Leona, entre el ébola y el pánico

"¡El ébola ya está aquí! ¡Rezad, que Dios se apiade de vuestras almas!". Varios coches con altavoces instalados en sus techos recorren las principales localidades de Sierra Leona. El eco de sus consignas resuena en las calles vacías. El Gobierno ha decretado un día de oración contra la enfermedad, y la mayoría de las familias cumplen con el mandato encerradas en sus casas, pidiendo, cada una a su Dios, que el virus desaparezca. Muchos han enterrado ya a sus muertos y temen que les llegue a ellos su turno. Se ha impuesto el toque de queda a partir de las 19.00 horas y basta que cuatro o cinco personas charlen en la calle para que los soldados del Ejército o la Policía los disuelva. En el aire se respira el miedo.
Sala de pediatría del hospital de Mabesseneh, uno de los más
importantes de Sierra Leona. Sus puertas permanecen cerradas por
la crisis del ébola. La fotografía fue tomada hace un año. (Foto: Araluce)
"La situación es desesperada", reconoce la hermana Patricia Domingo, misionera de la congregación de las Hermanas Clarisas, para quien Milla 91, una pequeña aldea de este diminuto país africano, es ya su hogar. Ella regresó a España hace apenas unos días y, aunque en pocas semanas volverá a Sierra Leona, su corazón todavía sigue allí. "Hay mucho, mucho pánico -cuenta, entre lágrimas-. La gente cree cualquier rumor. Ahora dicen que es un virus suministrado por el hombre blanco para diezmar la población. No quieren ir a los hospitales por nada del mundo... ¡Los niños se mueren de malaria por la calle!". La angustia consume a la hermana Patricia, quien, junto con otra religiosa, atiende un dispensario en Milla 91. "Hemos pasado de atender a cincuenta personas cada día a apenas cuatro o cinco. Dan ganas de salir a la calle y gritar: '¡Venid! ¡Que todo el que esté enfermo, venga!'. El otro día casi se muere una mujer en una casa, estaba muy enferma. Su familia lloraba a su alrededor creyendo que tenía el ébola... y no era más que una diarrea. Le dimos medicación y en cuestión de horas estaba perfecta. Es el miedo lo que les mata".

La situación ha desbordado por completo a un país que ya de por sí arrastra los gravísimos desajustes de una guerra civil que se prolongó desde 1991 hasta 2002, con un balance de 50.000 a 75.000 muertos y dos millones de desplazados -un tercio de la población local-. Sierra Leona, además, lleva décadas ocupando un puesto privilegiado entre los estados más pobres del mundo, según los informes de la ONU. La situación de caos derivada de la crisis del ébola acentúa, todavía más, uno de los problemas fundamentales del país: la precaria educación. "Es por eso que se creen cualquier rumor -admite la hermana Patricia-. Temen a los doctores porque piensan que son ellos los que los matan con una inyección; ahora recurren a los chamanes, a la medicina tradicional, para intentar curar cualquier enfermedad. Hace unas semanas, incluso, apedrearon a los empleados del MSF [centro hospitalario que recibe el nombre de sus fundadores, los voluntarios de Médicos sin Fronteras]. Lo que hace falta es que las grandes organizaciones sanitarias trabajen cuanto antes en el lugar".

La hermana Elisa Padilla es la superiora
de las Misioneras Clarisas en Sierra
Leona. (Foto: Araluce)
Las noticias de lo que ocurre en Sierra Leona, Liberia y Guinea -los países más afectados por el ébola- llegan con cuentagotas. El foco informativo se ha trasladado, como es frecuente en este tipo de crisis, a Occidente, atendiendo a los posibles casos de infección registrados en nuestra proximidad. Mientras tanto, allí, muchos tienen la sensación de estar luchando contra un muro infranqueable. "Los epicentros como son Kenema y Kailahun están por ahora en cuarentena. Solamente tiene acceso el personal médico", explica la hermana Elisa Padilla, superiora de la congregación de las Misioneras Clarisas en Sierra Leona, a través de un correo electrónico que envió a sus allegados. "Hay muchas teorías. Algunos dicen que es un virus creado por Estados Unidos para disminuir la población de África en un 90%. Otros hablan de experimentos que países del primer mundo están haciendo con la gente...".


José Luis Garayoa, de 61 años, lleva nueve
como misionero en Sierra Leona. (Foto: Araluce)
Aunque buena parte de los médicos han abandonado el país, todavía existe un puñado de personas que, aun teniendo la posibilidad de marcharse, continúan proyectando su vocación de servicio en algunas de las regiones más afectadas de Sierra Leona. José Luis Garayoa, misionero navarro de la Orden de Agustinos Recoletos, es uno de ellos. "Están cerrando los hospitales. Ha habido muchas infecciones del personal médico, han muerto y la gente tiene miedo", cuenta el religioso en una entrevista emitida recientemente por la CNN. "El otro día fui al hospital de Makeni y los doctores tan solo tienen cinco trajes desechables, que usan una y otra vez para tratar con los enfermos de ébola". "Pero estoy tranquilo -añadía-. Mi razón para estar aquí es que, desde la fe, creo en el proyecto de servicio".