martes, 26 de noviembre de 2013

“Dios te da una dosis de miedo en la vida y yo la gasté en quince días”

El 6 de julio de 2013, el misionero José Luis Garayoa recibió a un grupo de voluntarios españoles en su casa de Kamabai, en Sierra Leona. La fecha obligaba a este navarro a cumplir el ritual de ponerse un pañuelo rojo al cuello en honor al chupinazo de los Sanfermines. Aquello lo contamos en las páginas de Diario de Navarra. Pero como las grandes historias no entienden de límites ni caracteres, reproducimos la entrevista íntegra en la que Garayoa repasa cómo vivió su secuestro y su liberación y cómo el cautiverio cambió los esquemas de su existencia.

Con 24 años, Garayoa se ordenó sacerdote e inició su vocación misionera. Ha pasado por Chihuahua (México), Costa Rica, El Paso (Texas) y Sierra Leona. (Foto cedida)

¿Cómo se vive un San Fermín en Kamabai?
Es un recuerdo cariñoso, pero son de los días que para un navarrico que vive en el extranjero resultan duros. En fechas concretas, como cumpleaños, Navidades o Sanfermines, la cabeza vuela directamente a los amigos, al calor familiar y a la calle Estafeta. Es difícil no sentirse un poco fuera de todo eso. Pero la vida también te demuestra que no sólo se pueden correr encierros en Pamplona. Aquí, en Sierra Leona, también hay muchos encierros que correr y seguramente con toros más bravos, especialmente el de la miseria y el de tratar de vivir el día a día con ilusión. Ese es el encierro que me toca vivir a mí aquí desde hace nueve años.

Pero ya estuvo aquí antes...
Sí, lo que pasa es que antes fue un paréntesis muy corto porque al mes de llegar, en el año 98, me secuestraron los rebeldes en el hospital después de coger fiebre tifoidea. 14 de febrero de 1998, nunca olvidaré esa fecha. En vez de flores, me echaron a patadas.

¿Qué le trajo aquí en plena guerra?
Quizá un espíritu aventurero mezclado con una promesa que les hice a mis alumnos en España, a los que les daba clases de Geografía e Historia: “Si puedo, vuelvo a primera línea”, les decía. Del Vaticano  pidieron a las congregaciones religiosas que dieran un paso adelante para venir a este pueblo que estaba desangrado por una guerra cruel.  La película Diamantes de sangre refleja bien lo que ocurría aquí. Las ONG se iban y esto se quedaba solo. Mi jefe de mi orden religiosa, de los Agustinos Recoletos, me comentó la oportunidad. Yo venía de clase y leí la carta: "Si estas iluminado por el espíritu de Jesús, si estás decidido, escribe una carta de puño y letra al Provincianato ofreciéndote voluntario para irte a Sierra Leona, que está sufriendo una guerra...", y bla, bla. "¿Y por qué no?", me dije. Entonces dejé los libros de Geografía e Historia, mis scouts, mi guitarra, y me vine a Sierra Leona.

¿Cuál fue su primera impresión al entrar en Sierra Leona?
Aterrizamos en Guinea Conakry. La entrada a Sierra Leona estaba prohibida, así que tuve que atravesar la frontera por el bosque, de forma ilegal. Había muchísimo trabajo que hacer: era una nación decapitada y no había ningún apoyo internacional. Éramos bomberos que apagábamos los pequeños incendios que nos tocaba ver. Hacíamos lo que podíamos.

Pero su camino se truncó a los pocos días.
Llegué a Kamabai y a las tres semanas cogí fiebre tifoidea. Me llevaron al hospital de Mabesseneh, que muy pronto fue tomado por los rebeldes. Me vieron y me llevaron con ellos. Y como me veis, así, en pantaloneta, camiseta y chancletas, me llevaron con ellos. ¡Fijaos qué ridículo! Caminamos por el bosque desde Massakah hasta Mile 91.

"Yo les decía a mis alumnos siempre: 'En cuanto tenga una oportunidad, vuelvo a primera línea"

¿Era del todo consciente del riesgo que suponía venir a un país como este en estas circunstancias?
Sí, siempre lo supe. Desde las órdenes religiosas y desde la Iglesia nos habían señalado la dificultad que tenía venir. Pero fui yo quien tomé la decisión, y lo hice por una sencilla razón: acompañarte a ti en una boda es fácil, pero acompañarte cuando estás jodido, sin trabajo o ante cualquier otra dificultad, es cuando vas a demostrar la dimensión humana de tu cariño. Era una forma de querer. Y además hacer verdad, dar autoridad moral a lo que yo les decía a mis alumnos siempre: "En cuanto tenga una oportunidad, vuelvo a primera línea". Antes estuve trabajando con los indígenas tres años, con los niños de la calle tras la guerra de Nicaragua, otros diez. Siempre soñaba y presumía de que, en cuanto pudiese, iba. Dios me puso la muleta y yo entré.

Tiene un buen currículum de lugares en los que ha ejercido el sacerdocio.
Prácticamente poquitos. En Chihuahua, en la sierra madre occidental. También con los niños de Costa Rica. A partir de ahí me pidieron estar en España dos años trabajando en promoción vocacional. Y luego estuve dando clase de Geografía e Historia y Educación Física. Luego surgió esta oportunidad de venir y me lancé, pero enseguida me echaron [los rebeldes]. Todo el mundo creía que mi estancia en Sierra Leona había terminado para siempre. El psiquiatra me llegó a recomendar que tuviera un año sabático, pero yo me iba a volver loco. Me decía que estaba deprimido, que una depresión tiene picos de euforia y picos bajos. Pero también me reconoció que a mí siempre me veía en el pico de euforia. "Diga lo que usted quiera, pero me siento bien", le dije. A mí me han dado de comer mierda, a mí no me dejaban salir a caminar, pero yo me he escalado el Aneto tres veces, porque me sé el camino. No puedo estar 24 horas al día pensando porque me pego un tiro. Me creé mis mecanismos de defensa: me levantaba, leía, me iba a pasear por la Taconeara. “Tu trabajo es decirme a mí que estoy hundido, cansado, frustrado, por ese encuentro y por el pasado”, le decía al psiquiatra. Él me daba consejos para olvidar lo que había vivido, pero yo no quería olvidar. Todo eso formaba parte de mi realidad, de lo que soy. Los palos que me den no me los van a quitar nada.

"He visto cortar manos y pies, cosas que es increíble que un ser humano tenga que ver. Pero también he visto la vida alrededor, la esperanza... Sierra Leona no me dejó dolor, me dejó nostalgia"

Lo pasaría mal aquellos días...
Hombre, ¿por qué te crees que volví? Dios te da una dosis de miedo en la vida y yo la gasté en quince días. Yo me quede sin miedo. No sin responsabilidad, sino sin miedo. Sí que es verdad que al principio, cuando veía una película de terror en la que había algún tipo de maltrato físico, me venía una especie de sudor frío, pero llegué a entender que eso formaba parte de mi vida. He visto cortar manos y pies, cosas que es increíble que un ser humano tenga que ver. Pero también he visto la vida alrededor, la esperanza... Sierra Leona no me dejó dolor, me dejó nostalgia. Mi experiencia aquí no fue sólo el secuestro. “Entonces haz lo que quieras”, me dijo el psiquiatra. Y enseguida mi jefe me contó que necesitaba a alguien que le ayudara en el paso de Texas con los inmigrantes. Y allí me fui, ocho años. Después, en 2005, vuelta a Sierra Leona. La guerra había terminado dos años atrás y ya podía construir algo sin que me lo quemaran al día siguiente.

José Luis Garayoa en la misión de los Agustinos Recoletos en Kamabai, junto a su amigo Medo Mansaray. En primer plano, la vaca Iruña, regalo de un voluntario navarro. (Foto: Araluce)

En Kamabai ya cuenta con un gran espacio e instalaciones. ¿Cómo lo ha construido?
Todo con ayuda de España. Alguna escuelita de Estados Unidos, pero todo es solidaridad de España.

¿Cómo ve su futuro en Sierra Leona?
Va a depender un poco de mi orden religiosa. Lo que siempre he visto es que vas construyendo algo pero también te vas haciendo mayor. Entonces llega alguien más joven e impulsa la realidad. Lo que a mi me gustaría es que, si dejo diez vacas, cuando venga de visita en diez años haya 35.

¿Y el futuro de la gente de aquí?
Crudo. Mi hermana no lo entendía hasta que vino. “Es mejor enseñar a pescar que dar un pez”, se suele decir. Pues aquí estamos en el estadio anterior y tienes que convencer a la gente de que es bueno pescar, que es bueno aprender a pescar.

¿Ha visto cambios en el tiempo que lleva usted aquí?
[Respira profundamente] Muy poquitos. Me gustaría decir lo contrario, pero va a hacer falta el trabajo de generaciones. Por corrupción, educación, valores... Hace falta mucha formación humana. Mi hermana se peleaba con ellos. España la cambió la generación de mis padres. Trabajaron como burros, porque mi hermana y mi madre se iban a la fuente del pueblo a por agua y a lavar. Pero nosotros nunca hemos estado sucios, ni descalzos, ni llenos de mocos. Mi hermana hablaba con las mujeres y ellas les decían que no había agua. “¿Que no hay agua? ¿Y el pozo que ha hecho mi hermano?”. Lo que pasa es que tienes que trabajar y, aquí, hasta que una generación no aprenda a partirse el alma, nada de esto cambiará. Además, en Europa eso no interesa, porque cuanto menos sepas tú, más fácil es robarte.

"De los líderes de las aldeas de Kamabai, ninguno sabe leer ni escribir. Si el futuro de una nación pasa por gente analfabeta, es muy fácil mentirles"

¿Qué le frena a la gente de aquí a dar ese paso?
Antiguas tradiciones y falta de cultura... Sobre todo falta de cultura. De los líderes de las aldeas de Kamabai, ninguno sabe leer ni escribir. Si el futuro de una nación pasa por gente analfabeta, es muy fácil mentirles, aunque haya un documento de por medio. Y así les va. Las grandes explotadoras de la tierra, las grandes multinacionales de los minerales... ponen algo de dinero y ya está.

A diario se puede ver un tren que recorre Sierra Leona cargado de arena que después se llevan grandes barcos de Freetown.
¿Pero tú te imaginas lo rica que tiene que ser esa arena para que se tomen todas esas molestias? Seamos honestos. Me encantó una entrevista que le hicieron en España a un inmigrante que se veía que era culto. “¿Cómo te juegas la vida en el Estrecho?”, le preguntaban. “¿Yo? A devolveros la visita. Vosotros vinisteis a llevaros todo, y ahora vengo yo”.

¿Qué países explotan Sierra Leona?
¡Facilísimo! ¿Qué compañías aéreas vuelan aquí? British Airways, Air France, rusos y los americanos que están siempre...

"Nos dan mierda por diamantes de primera"

¿Y los chinos?
Hombre, por supuesto, esos no pueden faltar en la decoración africana. Nos dan mierda por diamantes de primera. Los Nokia que nadie quiere los mandan acá; hay Samsung hechos para África... Los portones de esta casa están pintados con pintura china, que viene la lluvia y se la lleva. Te bebes litros de esa pintura y no te pasa nada, porque es todo aceite. Toda la mierda viene aquí y la cobran bien. Y mientras, se llevan. Van a hacer un puente, un aeropuerto...y viene alguno de China a firmar con el presidente. Hay una corrupción tan endiablada aquí...

Charlando con gente de aquí, siempre sale a relucir el tema de la corrupción.
Te pongo un ejemplo con esta carretera, la que pasa por Kamabai y que fue financiada por la Unión Europea. ¿Sabes quién la iba a hacer? Un amigo mío de Estella. Se la tenían concedida. El ministro de Trabajo fue a Pamplona y vio los trabajos que habían hecho. La clínica San Miguel, hoteles... La oferta de mi amigo era seis millones más barata. Mandó una grabación con imágenes de los trabajos de los senegaleses y de los chinos. Todo mierda y se jode en dos años. Pero se lo dieron a los senegaleses.

Eso sería frustrante para gente como usted, que trabaja para que Sierra Leona sea un poco más justo.
Y luego a los senegaleses les roba todo el mundo. Arena, granito, grava... Tengo un amigo que me dice: “Grandpa, tú no robes, deja que lo haga yo con tu camión y te lo traigo, que tú lo usas para el bien de Sierra Leona”. Y ahora estoy robando a los que roban a los senegaleses. Para que algo de lo que roban vaya a los pobres. Un buen teólogo te diría que no tengo razón, pero yo oí que el ladrón que roba a un ladrón tiene cien años de perdón.

También, una cosa es la teoría, quizá vista desde fuera, y otra la práctica a ras del suelo.
No sé, a mi ni me preocupa, pero si tú vas allá, tienes camiones de arena que yo le estoy robando al ladrón que lo tira por ahí. Y me quedo tan pancho, porque voy a criar vacas que van a dar leche para alimentar a los niños. 

Garayoa lleva ocho años desarrollando su labor en Kamabai, en pleno corazón de Sierra Leona. (Foto: Cedida)

¿Cuánto tiempo tiene previsto quedarse aquí?
A mí el próximo año se me cumple mi contrato. Sería mi noveno año. Yo soy como un jugador cedido, como uno que el Madrid cede a Osasuna. Para eso tiene que haber acuerdo entre los dos presidentes de los equipos y el jugador. Yo soy parte de una provincia religiosa, que es la española, San Nicolás, y que depende de otra provincia, Filipinas, también de Agustinos Recoletos, que es San Ezequiel. Necesitan un perfil, y como yo había estado en tiempos de la guerra, y hablaba inglés, Filipinas le dijo a España que me necesitaba, que si no les importaba dejarme. Me dejaron tres años, me renovaron otros tres y luego, otros tres, y no creo que me cedan más. 

¿Regresaría a España?
No, al Paso, a Texas. Yo no me veo en España.

¿Por qué no? 
¿Haciendo qué? ¿Qué puede hacer un cura de pueblo en España, aparte de decir misa? ¿Qué hago yo en España? La Iglesia tiene un trabajo tan inmenso en España, primero de credibilidad, y la credibilidad no te la ganas en los púlpitos. Es lo que viene a decir [el Papa] Francisco. El pintor huele a pintura, el pastor, a oveja… Qué curioso cuando yo voy a Viana, y veo a mis amigos y digo, ¿por qué he hecho yo todo esto? Por credibilidad.

"Cuando a mí me iban a fusilar, y estaba contra un árbol, lo que sentía era que no tenía tiempo. Si yo tenía que decirte “te quiero”, ya no podía"

Algo echará de menos de allí.
Los amigos, la familia. Pero como todo: la vida te va enseñando que el amor no es cuestión de cercanía, de kilómetros, que la amistad no es tener tres mil amigos en Facebook, es otra cosa. Y eso lo vives, lo experimentas. Mi madre estará en el Cielo, supongo, y yo me siento cercano a ella. Vives la amistad en otra dimensión y cuando Dios te da la oportunidad de reencontrarte, te reencuentras. Para mí fue la gran lección del secuestro. A mí, la pregunta más común que me hacían era qué se siente en el último momento. Y yo, no quiero ser fantasma, pero no sientes miedo. Cuando a mí me iban a fusilar, y estaba contra un árbol, lo que sentía era que no tenía tiempo. Si yo tenía que decirte “te quiero”, ya no podía; si me había peleado con mi hermano pequeño por la tierra de una viña, ya no podía; se acabó Viana, se acabó la Estafeta… Con 45 años, se acabó. Cuando revives, porque yo reviví, y te dan otra oportunidad, llegas a ser una persona privilegiada, porque retomas todo: el amigo es más amigo; el vino, más vino; el pan, más pan; el café, más café. Yo me tomaba un café en Viana y estaba absolutamente seguro de que el que más estaba disfrutando del café era yo, porque nadie más lo iba a disfrutar tanto. La vida a veces nos hace perder esa dimensión del disfrute de las cosas, del disfrute de los amigos. No tenemos tiempo. Y parece increíble que en el tiempo de la comunicación tengamos tan poco tiempo para los demás. Claro, también necesitas el abrazo cálido, pero yo nunca me he sentido más cercano a mi familia que ahora. Si a mí me dolía algo cuando estaba secuestrado era el dolor que yo sabía que sentían mis hermanas. Cuando estaba jodido, porque tenía fiebre tifoidea y podía tener coma hepático, y bebiendo mierda, y caminando, me entraban ganas de decir: “¡Ya está, me dan un tiro y aquí me quedo!”. Y luego me decía: “¡No seas cabrón, José Luis! Si tu familia cree que estás vivo, tú tienes que estar vivo, y ellos creen que tú vas a estar bien”. A mi hermana Isa le preguntaban: “¿No tienes miedo de que maten a tu hermano, de que lo torturen?”, y ella decía: “Mira, si lo matan, ya no tiene remedio. Pero mi hermano, le hagan lo que le hagan, estará bien”. Y para mí fue un honor ver aquellas cintas grabadas en la que mi familia y mis amigos decían lo que pensaban de mí. 

El 6 de julio, Garayoa celebró el chupinazo con sus amigos Hassan y Medo Mansaray. (Foto: Araluce)

No debe ser fácil dejar todo eso atrás y volver aquí. 
Es que yo no he dejado nada. Qué te crees, ¿que tú quieres más a tu familia o la sientes más cercana que yo a la mía? ¿Cuántos matrimonios hay, que vas por Estados Unidos y uno con el walkman, otro con el móvil, y te das cuenta de cuánto tiempo lleva esa pareja junta? Si van de la mano, cuchu-cuchu-cuchu, es que se acaban de conocer, y si no, se sientan a tomar una pizza y no se miran a los ojos. Yo, cuando voy a cenar con mis amigos en Pamplona, no veo a ningún amigo tocarle el culo con cariño a la novia o a la mujer con disimulo, como cuando éramos jóvenes, o mirarla con ternura o sonreír. ¡Están más aburridos! Sólo te hablan del piso, de las vacaciones de la playa, del coche… ¡Y yo adoro a mis amigos! Pero cuando me dicen, “Joe, cura, tú todo el día rezando, aburrido…”. ¡Bueno…! Yo no cambio mi vida por la de ninguno de mis amigos. Que me quiten lo bailao. A lo que voy es a la pasión de la vida, a que cuando te enamoras, se te nota. En las parejas se ve.

Volviendo al secuestro, ¿cómo fue el momento en el que deciden no matarlo y lo liberan? 
Yo no sabía que me liberaban. El 25 me iban a fusilar y el 27, me liberaron. 

¿Cómo sabía que lo iban a matar el 25?
Porque a las dos de la mañana me despiertan, me atan a un poste y están todos apuntándome. Y llega un rebelde y dice: “Stop, stop, stop!”. Y empezaron a discutir si me mataban o no. 

"Para ellos yo era un escudo humano y sabían que, si me mataban, los iban a machacar"


¿Por qué no sabían que hacer?
Porque para ellos yo era un escudo humano y sabían que, si me mataban, los iban a machacar. Y los otros decían que me tenían que matar para demostrar autoridad moral, porque habían dicho que si el ECOMOG [Economic Community of West African States Monitoring Group, fuerza militar desplegada por la Comunidad Económica de Estados de África Occidental] no paraba la invasión a Freetown, me iban a matar, no les iban a creer si no lo hacían. Y yo estaba tumbado oyendo la conversación. Si el rebelde que vino por detrás se hubiera tropezado y hubiera llegado veinte segundos más tarde, no estaría aquí con vosotros. 

¿Dónde lo liberaron?
Me llevaron a Masiaka y yo dije: “Vuelta a empezar”. Pero a lo lejos vi boinas azules, tanques… Y dije: “Estos no son rebeldes”. Y me entregaron al ECOMOG. 

Y usted conoció en ese momento a Miguel Gil Moreno, ¿verdad? [Periodista español que fue asesinado en una emboscada en Sierra Leona en el año 2000]
Con Miguel yo hice la primera llamada a mi casa, fue la primera entrevista. Las primeras imágenes que salieron en los informativos me las hicieron los dos que murieron, él y Kurt Schork. Ellos iban corriendo con un coche por Port Loko y de repente dieron un frenazo. Yo andaba con un pantalón blanco, una camiseta por encima atada con una cuerda. Me había duchado e iba andando con una sensación de “de repente no te puedes levantar, de repente estás vivo”… desubicado. Y se baja Miguel Gil y dice:

     ¡Hostia! ¡El misionero! ¿Qué haces?
     Pues aquí… 
     ¡Buah! ¿Has llamado a casa?
     No.
     No te preocupes, que eso lo arreglo yo.

Tenía un teléfono satélite en el coche, lo montó y llamé a Pamplona.

     No me contestan.
     ¡¿No tienes más teléfonos?! ¡No me digas! ¡Tienen que estar juntos en algún lado esperando por ti!
     Pues a lo mejor en Viana…
     ¡Llama! No te preocupes, ¡tú llama!

Entonces llamé, y me dijo: “Mira, te voy a decir una cosa: Yo vivo de esto, pero no es el precio de la llamada. Me gustaría grabarte. Creo que, para tu familia, no sólo oírte sino verte va a ser un alivio, te lo digo por esto. Pero te juro que a mí la exclusiva en estos casos no me importa”. Un caballero. Le dije:

     No, no me importa que me grabes.
     ¿De verdad, José Luis?
     Que no.

Me contestó mi cuñado, se me cortó la voz y a ellos también… (Se emociona). Miguel inmediatamente hizo así (hace el gesto de dejar la cámara en el suelo). Cuando vio que yo me serené y que ya podía hablar sin llorar, volvió a grabar. Al final dijo: “Oye, sabes lo que mi madre reza por vosotros… Siempre le digo que yo no estoy tan loco como los misioneros, que voy siempre con el ejército, y que ellos [los misioneros] son los que están por ahí perdidos”. Fíjate qué frase. Cuando me fui a España, me enteré de que habían emboscado a Gil con el Ejército y que lo habían matado. 

¿Cómo fue ese momento para usted?
Pues… Es que te ves en él. Todavía no me explico muchas veces por qué estoy vivo. A mí me han hecho la ruleta rusa en la cabeza. ¿Por qué estoy vivo? La bala sale cuando Dios quiere. Depende un poco de ti, de mantenerte… ¿Porque hayan jugado a la ruleta rusa en tu cabeza tienes que estar loco para siempre? Si no ha salido la bala, es porque a lo mejor Dios quería que siguieses viviendo. ¿Por qué no vas a seguir? ¿Vas a seguir siempre pensando en la ruleta rusa? ¿O en los pies que viste cortar? A lo mejor tu trabajo es intentar que eso no vuelva a suceder. 

"A mí Dios me debe una explicación y sé que me la dará"

Entonces, ¿Dios no quería que Miguel siguiera viviendo?
No, yo no… Desde mi fe considero que estamos de paso. Sé que puede sonar un poco egoísta pero, a mí, todo lo que me ha jodido la vida –que también la he disfrutado- viendo que se me mueren los niños cagando sangre y gusanos… Si la vida es eso, nada más, qué triste. Por justicia, por Dios, por el destino o por el universo tiene que haber un lugar donde esté mi niño, el que ha muerto cagando gusanos, por el hecho de que, por la lotería de la vida, le ha tocado nacer aquí. No hay derecho. Y mi sobrinito… ¿por qué? ¿Por qué tú sí y él no? ¿Por qué Viviane, mi cocinera, no sabe leer ni escribir y tú estás entrevistándome? ¿Por qué? ¿Y esto se acaba porque uno haya nacido en Sierra Leona y otro en España? A mí, cuando me dicen: “¿Lo que has visto no te quita la fe?”. Digo que a
mí Dios me debe una explicación, y sé que me la dará. La gente buena no se acaba. Nosotros, cuando rezamos, decimos que la vida de los buenos no se acaba, se transforma. A veces confundimos y decimos que los cristianos creemos en la vida futura. Mentira. Creemos en la vida eterna. Si tú vas a la filosofía pura, futuro y eterno son dos términos totalmente distintos: el futuro es algo que no ha comenzado y vendrá, y eterno es algo que ha comenzado y no tiene fin. Y es lo que dice Jesús siempre: la vida y el reino están entre vosotros. Va a haber una transformación, y todos los momentos de ternura, de simpatía, de cariño y cuando tú te sientes rico, eso es la vida eterna. ¡Pero ya la vives! Ya la estás viviendo aquí. Entonces, yo sé que lo que disfruto y lo que vivo: quitando el dolor y la tristeza, eso es la vida eterna. Y la ventaja para mí frente al que no ha creído o al que sufre más de amarguras o de increencias es que yo he vivido más vida eterna que él, primero aquí y luego allá, y él tiene que esperar algo, porque no lo entiende… Si tú estás enamorado y le pegas un beso a tu pareja, eso es la vida eterna. Y lo dice un cura. Dios es amor. Es la mejor definición que se ha dado de Dios y ninguna corriente filosófica se ha atrevido a darla, sólo San Juan. ¿Por qué? Porque según la filosofía románica, o la griega, se creía que sólo daba el que necesitaba algo, hasta que llega Juan y dice: “Amar es amor desinteresado”. 

¿Es fácil explicar todo esto a gente que ha sufrido tanto, como la gente de aquí?
Nuestra misión es, primero, darles un valor como personas, un mínimo de cultura, y después, que sean autónomos. Y no dejarles engañar. Nosotros, los misioneros, somos testigos válidos. Si tú quieres liberar a un pueblo, edúcalo. Si lo educas, no lo engañas. Tú no puedes explicar Teología a esta gente, pero puedes oler a oveja: puedes jugar con los niños, correr… Si lees las estadísticas de Unicef, el peor país para nacer es Sierra Leona. No he cambiado las estadísticas, pero te puedo enseñar sonrisas de niños, puedes ver a una muchachita que se estaba muriendo por sepsis y le estoy curando la teta desde hace un mes y puedes verla sonreír ahora. Y se moría. Yo no cambio África, pero esa mujer va a poder amamantar a su hijo. Son pedazos que fíjate lo que pueden hacer. Yo no soy el Mesías, sólo hago lo que puedo.

Los niños de Kamabai conocen a José Luis Garayoa como ‘grandpa’ [‘abuelo’, en inglés]. (Foto: cedida)


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Entrevista realizada en Kamabai (Sierra Leona), el 6 de julio de 2013, junto a María Jiménez, autora del blog África en Portada.
Para conocer más experiencias sobre la vida diaria de José Luis Garayoa es recomendable visitar su blog (pinchar aquí).

viernes, 11 de octubre de 2013

El Cat Stevens sierraleonés



Henry nunca ha oído hablar de los Beatles, de los Rolling Stones, de Bruce Springsteen o de Cat Stevens. Tiene 9 años y el último lo ha pasado apoyado en un palo de madera, arrastrándose con su pierna rota por Lunsar, una ciudad en el corazón de Sierra Leona. La infección le ha comido buena parte del fémur y se le ha extendido por varias partes del cuerpo. Su situación familiar, dura como ninguna, es el resultado de la brutalidad de una de las guerras más inhumanas del siglo veinte. El hilo que sostenía su vida comenzaba a tensarse demasiado y Henry suplicaba, de forma desesperada -no con palabras, pero sí con la mirada-, una mano amiga que le ayudara a escapar del agujero de la muerte.
Pues bien; no ha sido una mano, han sido muchas, tantas que son difíciles de enumerar, las que han obrado el milagro. Las monjas Misioneras Clarisas de Sierra Leona, que se preocuparon por Henry como si fuera el último niño del planeta; un médico vasco especialmente tozudo, capaz de urdir los hilos -invisibles para los demás- que permitieron que el niño volara a España y fuera operado en Vitoria; la familia de éste, que lo acogió con abrazo cálido durante las primeras semanas de trance; unos doctores, de los más reputados en su especialidad, que llevaron a cabo la intervención; una nueva familia de acogida que se ha dejado revolucionar por este pequeño torbellino. Una cadena sensacional de buenas intenciones que ha conseguido lo imposible.
Con la pierna todavía abierta, a la espera de una segunda y definitiva operación, Henry pasa el día escuchando canciones en un iPod prestado. Se deja llevar por instintos y por ritmos. Y ahí aparece Cat Stevens. Una y otra vez escucha una canción cuya letra responde a la propia historia de su vida. Con todos ustedes, Henry y su versión de If you want to sing out.




Well, if you want to sing out, sing out
And if you want to be free, be free
'Cause there's a million things to be
You know that there are

And if you want to live high, live high
And if you want to live low, live low
'Cause there's a million ways to go
You know that there are

You can do what you want
The opportunity's on
And if you can find a new way
You can do it today
You can make it all true
And you can make it undo
you see ah ah ah
its easy ah ah ah
You only need to know

Well if you want to say yes, say yes
And if you want to say no, say no
'Cause there's a million ways to go
You know that there are

And if you want to be me, be me
And if you want to be you, be you
'Cause there's a million things to do
You know that there are

Well, if you want to sing out, sing out
And if you want to be free, be free
'Cause there's a million things to be
You know that there are
You know that there are
You know that there are
You know that there are
You know that there are

jueves, 3 de octubre de 2013

El 'abuelo' navarro de Kamabai

Reportaje publicado el 29 de septiembre en el
suplemento 'La Semana Navarra', editado
por 'Diario de Navarra'.
 “¡Grandpa, grandpa!”. Los niños que viven en Kamabai, en Sierra Leona, saludan con esta fórmula a todo hombre blanco con el que se cruzan. Lo hacen siempre con una sonrisa, a pesar de ir descalzos y de lucir brazos y piernas escuchimizados, reflejo del hambre y de la miseria que azotan la región. “¡Grandpa!” [“abuelo”, en inglés], se escucha en cada calle, en cada esquina. Con este cariñoso saludo los lugareños se dirigen a José Luis Garayoa, misionero navarro de 60 años, asentado en Kamabai desde hace nueve, y que hacen extensible a los pocos visitantes de tez clara que llegan al lugar. La tierra es de un rojo intenso –“de toda la sangre vertida en la guerra”, dicen los locales–, el aire y los olores, densos, y la vegetación, salvaje, infranqueable. De pronto, una voz de inconfundible acento ribereño se alza por encima de las demás y da la bienvenida con un: “¿Qué pasa, majicos?”. Es 6 de julio y, sobre el cuello del hombre que saluda, lleva un pañuelo rojo, añoranza de tantos sanfermines que ha vivido en las calles de Pamplona. “Pero aquí también hay muchos encierros que correr y, seguramente, con toros más bravos, como el de la miseria”.
José Luis Garayoa Alonso, sacerdote de la orden de los Agustinos Recoletos, da la bienvenida equipado con unas chanclas, una pantaloneta y un polo rojo desgastado por las lluvias torrenciales y el sol que cae a plomo en la estación seca. El misionero nació en Falces –aunque se crió entre Estella y Viana–, y ha dejado su huella en algunos de los lugares más olvidados del mundo. “Un pastor tiene que oler a oveja”, repite este navarro cuando se le pregunta por los motivos por los que ha trabajado en el estado mexicano de Chihuahua, en Costa Rica durante diez años o con los inmigrantes en la localidad texana de El Paso durante otros cuatro años. Y, por supuesto, en Sierra Leona.  

Pese a la distancia, José Luis Garayoa festeja cada chupinazo con su pañuelo rojo. Este año, sus amigos Hassan y Medo Mansaray (en la fotografía) lo acompañaron en la celebración. Foto: Araluce
“Soy un enamorado de esta tierra”, repite una y otra vez. Esta tierra es un rincón en la costa de África Occidental, frontera con Liberia y Guinea, en la que viven 5,6 millones de personas, un millón de ellas en la capital, Freetown. Los niños que han nacido en este país tienen un fuerte sentido de África, pero pocos saben explicar qué es un continente y a duras penas lo distinguen cuando se les muestra un mapamundi. Las últimas estadísticas de la ONU son demoledoras: es el décimo país más pobre del mundo.


Una guerra sin sentido
Garayoa llegó allí por primera vez en enero de 1998. El país llevaba siete años inmerso en una de las guerras civiles más crueles del siglo XX. Muchos de los habitantes de Sierra Leona describen el conflicto como “no sense” [“sin sentido”, en inglés]. El Frente Unido Revolucionario (FRU), formado por los rebeldes con el apoyo del ejército de Liberia, con Charles Taylor al frente, fue avanzando posiciones desde el sur del país, la zona más cercana a la frontera liberiana y donde se concentran las codiciadas minas de diamantes. Mientras los gobiernos de China y de varios estados europeos votaban en Naciones Unidas a favor del embargo de armas, empresas de sus propios países se saltaban la prohibición. Los rebeldes arrasaban las aldeas, reclutaban niños soldado y amenazaban con hacerse con el control de la capital. La intervención de una fuerza internacional fue incapaz de frenarlos. 
La situación rebasaba todos los límites y José Luis Garayoa, entonces profesor de Geografía e Historia en un colegio de Valladolid, lo sabía. Pero una carta escrita por sus superiores le cambió la vida: “Si estás iluminado por el espíritu de Jesús, si estás decidido, escribe una misiva de puño y letra al Provincianato ofreciéndote voluntario para irte a Sierra Leona”, rezaba el contenido de aquel papel. “¿Y por qué no?”, se dijo a sí mismo el sacerdote. “Fui yo quien tomó la decisión y lo hice por una razón: acompañarte en una boda es fácil, pero hacerlo cuando estás jodido demuestra la dimensión de tu cariño. Era una forma de querer. Y, además, de dar autoridad moral a lo que les decía siempre a mis alumnos: que en cuanto tuviera la oportunidad, volvería a primera línea. Dios me puso la muleta y yo entré”. 

José Luis Garayoa, en la misión de los Agustinos Recoletos en Kamabai, junto a su amigo Medo Mansaray. En primer plano, la vaca ‘Iruña’, regalo de un voluntario navarro. Foto: Araluce
A partir de ahí, los acontecimientos se sucedieron atropelladamente. Garayoa aterrizó en Guinea, ya que la entrada a Sierra Leona estaba entonces prohibida. “Tuve que atravesar la frontera por el bosque, de forma ilegal”, recuerda el misionero entre risas. Y después, recorrer buena parte del país para llegar al corazón, a Kamabai. “Había muchísimo trabajo que hacer: era una nación decapitada y no había ningún apoyo internacional. Éramos bomberos que apagábamos los pequeños incendios que veíamos. Hacíamos lo que podíamos”.
Sin embargo, fue un enemigo diminuto, invisible al ojo humano, el que lo dejó fuera de juego. A las tres semanas, Garayoa yacía tendido en una cama del hospital de Mabesseneh afectado por fiebre tifoidea. Indefenso, no fue capaz de escapar de los rebeldes que, el 14 de febrero, asaltaron el centro sanitario. Ellos vieron en este hombre blanco la moneda de cambio perfecta para exigir a las tropas de la ONU que se retiraran de la región. “Y como me veis, así, en pantaloneta, camiseta y chancletas, me llevaron con ellos a través del bosque”.
El sacerdote fue obligado a caminar a marchas forzadas, a pasar días enteros en mitad de la selva sabiendo que su futuro era más que incierto. Ocupaba su mente escribiendo un diario, en el que plasmaba sus reflexiones y vaciaba sus preocupaciones. “Lo que más me dolía cuando estaba secuestrado era el sufrimiento que sabía que sentían mis hermanas. Cuando me veía al límite de mis fuerzas, me decía a mí mismo: ‘Ya está, que me den un tiro y aquí me quedo’. Y acto seguido me decía: ‘¡No seas cabrón, José Luis! Si tu familia cree que estás vivo, tienes que estar vivo”. 
Un día, un grupo de rebeldes dispuesto a lanzar un órdago a la comunidad internacional lo puso en un paredón de palmeras y matorrales. “En ese momento sólo pensé en que no tenía más tiempo. Si tenía que decirle a alguien ‘te quiero’, ya no podía”. Entonces apareció otro rebelde al grito de “Stop, stop, stop!”, y comenzó a discutir con los verdugos y los convenció para no ejecutar a su víctima: si mataban a Garayoa, la respuesta internacional recaería directamente sobre ellos. 
El 27 de febrero, tras dos semanas de secuestro, el sacerdote fue liberado. Los periodistas Miguel Gil Moreno, español, y Kurt Schork, estadounidense, fueron los primeros en cruzarse con él. “Joder, ¡el misionero!”, exclamó Gil, quien puso a su disposición un teléfono satélite para que contactara con su familia y les diera la noticia de su liberación. “Me contestó mi cuñado, se me cortó la voz, a ellos también…”, recuerda el misionero, emocionado. Los dos reporteros perdieron la vida el 24 de mayo de 2000 tras una emboscada de los rebeldes muy cerca de Rogbery Junction, en Sierra Leona.


Regreso a Sierra Leona
Para Garayoa no resultó fácil volver a España. Su cabeza estaba en África y los psicólogos le presionaban para que se tomara un año sabático. “¿Y qué voy a hacer yo un año parado?”. Desestimando el consejo, el sacerdote se marchó cuatro años a la ciudad estadounidense de El Paso y después, en 2005, volvió a coger un vuelo rumbo a Sierra Leona. La paz había llegado tres años antes y había dejado tras de sí un escenario desolador, con un balance de entre 50.000 y 75.000 muertos, dos millones de desplazados –un tercio de la población total– y una sociedad rota con un ingente reto por delante: convivir. 
Durante los ocho años que ha permanecido allí, Garayoa ha logrado poner en marcha diversos proyectos agrícolas y ganaderos gracias a los que subsisten una veintena de familias. Además, se encarga de gestionar los recursos que llegan de diferentes partes del mundo, sobre todo de España. Especialmente generosos han sido los donativos que el Ayuntamiento y los vecinos de Viana han enviado en los últimos años. En 2008, Gregorio Galilea, alcalde de esta localidad navarra, viajó hasta Kamabai para inaugurar dos proyectos solidarios. El misionero muestra con orgullo el maíz que crece en su huerta y las vacas que pastan en su establo, una de ellas bautizada con el nombre de Iruña. Sin embargo, la aventura africana de Garayoa podría terminar en cuestión de meses. “Yo soy como un jugador cedido, como uno que el Madrid cede a Osasuna, y el año que viene se cumple mi contrato”. Garayoa dejará un legado marcado por la esperanza, el trabajo y la alegría, pese a los continuos reveses con los que golpea una de las regiones más pobres del mundo. Orgulloso y sonriente, el grandpa de Kamabai parece casi decir adiós a la gente con la que se ha volcado en cuerpo y alma. “Yo no he cambiado las estadísticas, pero te puedo enseñar las sonrisas de los niños”.

El misionero José Luis Garayoa reside en Kamabai, una región en el centro de Sierra Leona. Veinte familias sobreviven gracias a los proyectos agrícolas y ganaderos que desarrolla en su misión. Foto: cedida

Reportaje publicado en 'Diario de Navarra', escrito por María Jiménez, autora del blog África en portada, y por Gonzalo Araluce, del blog Meridiano Cero.

domingo, 15 de septiembre de 2013

La resaca de la 'ekintza'

El agujero de bala recuerda el asesinato de Jesús Ulayar en la
puerta de su casa, en compañía de su hijo Salva, de 13 años.
En la fachada de la casa Txartxenekoa, ubicada en el número 4 de la calle Maiza de Etxarri-Aranatz, todavía luce el agujero provocado por el impacto de una de las balas que mató a Jesús Ulayar Liciaga en enero de 1979. Cada vez que regresan a este lugar, los hermanos Jesús, José Ignacio, Mari Nieves y Salvador –hijos de aquella víctima de la barbarie más extrema– fijan su mirada de forma disimulada en ese orificio de apenas un centímetro de diámetro, en el que se cuela una historia cargada de infamia, dolor y desconsuelo.
En enero de 2004, alrededor de 2.000 personas participaron en un acto de dos sentidos: el primero, de repulsa contra este salvajismo que ha rasgado de arriba abajo la vida de casi un millar de personas; el segundo, de apoyo a una familia que condensa de la forma más cruel el sufrimiento al que se ha tenido que ver sometida la sociedad española en las últimas décadas. Las manos blancas, símbolo de la paz y la libertad anheladas, quedaron plasmadas en la fachada de este hogar (para conocer en profundidad esta historia, es recomendable acudir a Regreso a Etxarri-Aranatz, libro escrito por Javier Marrodán que reconozco que no he sido capaz de terminar por su crudeza). Pero no hizo falta mucho tiempo para que nuevas pintadas independentistas desdibujaran aquel mural. 
Salva y Jesús Ulayar, tras plasmar ayer sus manos en la
fachada de la casa Txartxenekoa.
Los Ulayar se resignaron y durante nueve años la fachada permaneció sin cambios. Hasta que la semana pasada apareció un nuevo graffiti: “Gora ETA(m)”. La gota que colmó el vaso. Rafael Doria, de la plataforma navarra ¡Libertad Ya!, llamó a Salva Ulayar y ambos improvisaron una nueva ekintza [acción, en euskera]. Y ayer, 14 de septiembre, una decena de personas repintaron la fachada de azul cielo y manos blancas. Natxo Gutiérrez, periodista de Diario de Navarra, resumió en dos líneas el significado del acto: “Las huellas de la dignidad quedaron grabadas sobre la última afrenta a la familia Ulayar en su casa de Etxarri-Aranatz”. 
El ambiente festivo salpicó a los participantes de esta incursión. Todos sabían que aquella pared volvería a ser mancillada en cuestión de días, semanas quizá, pero los hermanos Ulayar demostraron con ese acto un “no me resigno” que Salva describió en una columna reciente.
Y hoy, un día después de la ekintza, la fachada seguía impoluta. Basta dar una vuelta a la manzana para toparse con numerosas pintadas a favor de ETA y sus secuaces, pero la casa Txartxenekoa todavía sigue inmaculada. Y, por supuesto, el agujero de bala.

Todas las fotos posteriores fueron tomadas el 15 de septiembre, a las 15.00.

Aspecto de la fachada de la casa Ulayar hoy, 15 de septiembre. Al fondo, en una pintada, se puede leer:
"Epaiken Aurrean Gazteria Aurrera".

A la vuelta de la esquina, una mujer pasea a un bebé mientras observa un graffiti en el que se puede leer: "Gora ETA!".
Unos metros más adelante: "Bautista askatu".

En otra calle colindante: "ETA bai, Bildu ez".

Otras pintadas a favor de ETA y contra la tortura.

"Bautista askatu orain!"

Pintada contra la Guardia Civil.

Y hasta en inglés: "ETA forever".